El sol estaba en ocaso y las enormes
nubes que parecían caer del cielo, se veían pintadas de anaranjado
color, al frente el océano refulgía su reflejo con la misma
tonalidad y cuando uno miraba mas a lo lejos, justo donde el astro
rey se estaba poniendo, ya no se podía notar la diferencia entre
cielo y océano, pocas maneras mas espectaculares para decir adiós,
ojala que todas las despedidas fueran así, espectaculares, al menos
valdría la pena las lagrimas al recordarlas.
Pronto el viento nocturno fue limpiando
el cielo de nubes y pintando estrellas en él, un hombre de aspecto
adusto, guardado en un abrigo y cubierto el rostro a la sombra del
ala de un sombrero de copa, iba a paso lento, cargando con él una
vela con la cual encendía cada una de las lamparas a su paso, al
panda le pareció tan largo aquel corredor en el que se disponían
las bancas en las que se encontraban, y que miraban hacia el puerto,
que pensó que para cuando ese hombre terminara su trabajo sería
hora de pasar de vuelta apagándolas, como lo había visto hacer a
primera hora de la mañana en alguna ocasión, con el pretexto o
razón, de guardar combustible; soñó en ese mismo momento con los
ojos abiertos, y lo vio recorrer de un lado a otro, prendiendo y
apagando las lamparas, viviendo así su vida entera, con tantas
historias pasando frente a sus ojos, y sin ser participe de ninguna
de ellas, sin comer, o dormir, desde su niñez y hasta que un día la
suave caricia de la muerte le rozara con viento frío las mejillas, y
en un ultimo suspiro le arrancara la vida, y se quedaría así, de
pie, junto alguna de sus lamparas, y lo curioso es que para como lo
imaginaba el panda, quizá abría valido la pena, tal era la
naturaleza del enorme oso, que iba ataviado con una capa, por
sombrero un bombín, y cargando con él su eterno maletín y
sombrilla, que nunca nadie había visto usara para nada.
Al frente de la banca donde se
encontraban había un especie de pasamanos, justo después como ya
habíamos dicho, el puerto, donde ahora algunos marinos pasaban la
noche contando historias a la luz de sus pipas encendidas, historias
de sus interminables viajes, de bestias marinas y amores pasajeros, y
de vez en vez el grave silbar de algunos de sus barcos acentuaba con
firmeza la melodía producida por el ruido de lo cotidiano, a
espaldas de las bancas y las lamparas, estaba la calle, mas allá de
esta, un pequeño parque y a su al rededor varios edificios del color
de la piedra o el ladrillo, la oficina postal, una sastrería y un
par de tiendas de ultramarinos, todos estos establecimiento ya
cerrados debido a la hora.
Entonces volteó a ver a sus
acompañantes, el gato, que vestía de manera idéntica a él, solo
esbozó una sonrisa, parecía que disfrutaba el paisaje, el aroma a
mar en el aire y además hacia un rato que estaban esperando y se les
había ido la tarde entera platicando, ahora no tenían mucho que
decir, pero la conejita apenas hacia unos minutos que se les había
unido, era ella a quien el gato y el panda estaban esperando, para
ellos ya era costumbre, la conejita solía decir, que un conejo jamás
llega temprano o tarde, si no justo a la hora en la que un conejo
sabe y debe llegar.
Era una visión un tanto curiosa,
panda, gato y conejo, en una misma banca, todos vestidos de manera
impecable, pues la conejita llevaba un sombrero con un tocado muy
discreto pero elegante que remataba en un adorno de red que cubría
parte de sus ojos, el panda levantó la pata un par de veces pensando
en decir algo, pero ella, que miraba hacia el puerto parecía no
prestarle atención, y los intentos de conversar del oso terminaban
en su garganta, vaya suerte, casi siempre era así y él terminaba
inundándola de preguntas cotidianas y sin mucho sentido, a las
cuales la conejita respondía con desgano y muchas veces sin voltear
a verlo.
Así se fue una parte de esa noche,
hasta que la conejita desvío por fin su mirada al panda y con
tiernos ojos y leve sonrisa le dijo.
- Panda, cuéntame algo.
Vaya situación, puesto que el panda
jamás sabía que contar, y su mente que nunca se estaba quieta y
siempre estaba en desorden, no podía darle palabras adecuadas para
responderle al peludo y orejón serecillo que le acompañaba, y
cuando mas se esforzaba en decir algo que captara su atención y
agradara a sus oídos, terminaba con tan largos discursos de
filosofías raras, que solo él entendía; así pues comenzó a
hablar del arte, de la belleza efímera de las cosas, de un pequeño
y escondido lugar que solo él conocía, que lo había visto en
sueños pero sabía que era real, que algún día la llevaría ahí,
que los dioses son tan erráticos como el pensamiento, que los
sentimientos son traicioneros, pero no tanto como la razón, que vale
mas la pena creerse enamorado, a saber que uno nunca se podrá
enamorar, que había pintado un cuadro de un paisaje urbano, en donde
entre cientos de personas, en grises y opacos uniformes, ella
irradiaba con luz y color, que lo mandaría a enmarcar para poder
guardarlo en el sótano junto con todo lo demás, y no verlo si no
hasta siete años después, que la naturaleza creativa del hombre le
es patente en todo lo que hace, desde las cosas mas sencillas, hasta
las construcciones mas bellas que se podrían imaginar, que estas
estaban en una ciudad en medio del mar, que el mundo es hueco en su
interior, y que pocas cosas saben mejor los pandas que de que esta
hecho el corazón, que es lo que provoca los sueños y su preciada
sin razón.
Le habló de un mundo a su alrededor,
visto desde los ojos de un loco ser bicolor y cuando mas apasionado
era su discurso el panda la miró, estaba acurrucada ya en la banca,
abrazándose a si misma con sus patitas, su estomago se inflaba lenta
y acompasadamente a su respirar, y entre respiro y respiro, un par de
palabras sueltas y sin sentido se le escapaban, parte de algún
extraño sueño que seguramente al día siguiente no podría
recordar.
- ¿Conejita, conejita? - dijo el panda
moviéndola un poco, pero sin saber si de verdad la quería
despertar.
El panda suspiró hondamente, no tenia
idea hasta donde lo habría escuchado, y aunque se sentía ignorado
también se culpaba por su mala costumbre de no parar de hablar, o de
no hablar nada en absoluto.
- Conejita, despierta, ya es hora de
irnos – repitieron panda y gato al unisono.
El peludito ser abrió los ojos entre
respingos y malestar, y solo se dio la vuelta en la banca antes de
seguir durmiendo.
- No puede ser posible – dijo el gato mientras miraba al panda que no podía evitar sonreír ante la
típica respuesta de la conejita.
- Vamos, se que me puedes escuchar,
anda arriba floja, es hora de partir ya – dijo el panda moviéndola
de manera mas enérgica, y provocando al fin que el orejón ser se
levantara, con gesto de mal humor y tomándose el tiempo para
recomponerse, alisando su pelaje con las patitas, miró al gato y
panda que estaban de pie a un lado de ella.
- Lo siento panda, me quede dormida –
dijo ella, a lo que el panda solo sonrío.
- No importa conejita, no importa.
Mas adelante su camino se separaba pues
cada quien tenia que partir a su respectivo hogar, el panda se retiró
el sombrero e hizo una floritura con el en el aire junto con una
reverencia a manera de despedida.
- Hasta pronto conejita, hasta pronto y
ten lindos sueños.
A la distancia, entre las luces de las
lamparas, se perdieron las sombras de panda y gato, que marchaban
juntos, pausadamente hacia su hogar.
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