jueves, 3 de mayo de 2012

Mis Conversaciones con un Conejo Narcoléptico



El sol estaba en ocaso y las enormes nubes que parecían caer del cielo, se veían pintadas de anaranjado color, al frente el océano refulgía su reflejo con la misma tonalidad y cuando uno miraba mas a lo lejos, justo donde el astro rey se estaba poniendo, ya no se podía notar la diferencia entre cielo y océano, pocas maneras mas espectaculares para decir adiós, ojala que todas las despedidas fueran así, espectaculares, al menos valdría la pena las lagrimas al recordarlas.

Pronto el viento nocturno fue limpiando el cielo de nubes y pintando estrellas en él, un hombre de aspecto adusto, guardado en un abrigo y cubierto el rostro a la sombra del ala de un sombrero de copa, iba a paso lento, cargando con él una vela con la cual encendía cada una de las lamparas a su paso, al panda le pareció tan largo aquel corredor en el que se disponían las bancas en las que se encontraban, y que miraban hacia el puerto, que pensó que para cuando ese hombre terminara su trabajo sería hora de pasar de vuelta apagándolas, como lo había visto hacer a primera hora de la mañana en alguna ocasión, con el pretexto o razón, de guardar combustible; soñó en ese mismo momento con los ojos abiertos, y lo vio recorrer de un lado a otro, prendiendo y apagando las lamparas, viviendo así su vida entera, con tantas historias pasando frente a sus ojos, y sin ser participe de ninguna de ellas, sin comer, o dormir, desde su niñez y hasta que un día la suave caricia de la muerte le rozara con viento frío las mejillas, y en un ultimo suspiro le arrancara la vida, y se quedaría así, de pie, junto alguna de sus lamparas, y lo curioso es que para como lo imaginaba el panda, quizá abría valido la pena, tal era la naturaleza del enorme oso, que iba ataviado con una capa, por sombrero un bombín, y cargando con él su eterno maletín y sombrilla, que nunca nadie había visto usara para nada.

Al frente de la banca donde se encontraban había un especie de pasamanos, justo después como ya habíamos dicho, el puerto, donde ahora algunos marinos pasaban la noche contando historias a la luz de sus pipas encendidas, historias de sus interminables viajes, de bestias marinas y amores pasajeros, y de vez en vez el grave silbar de algunos de sus barcos acentuaba con firmeza la melodía producida por el ruido de lo cotidiano, a espaldas de las bancas y las lamparas, estaba la calle, mas allá de esta, un pequeño parque y a su al rededor varios edificios del color de la piedra o el ladrillo, la oficina postal, una sastrería y un par de tiendas de ultramarinos, todos estos establecimiento ya cerrados debido a la hora.

Entonces volteó a ver a sus acompañantes, el gato, que vestía de manera idéntica a él, solo esbozó una sonrisa, parecía que disfrutaba el paisaje, el aroma a mar en el aire y además hacia un rato que estaban esperando y se les había ido la tarde entera platicando, ahora no tenían mucho que decir, pero la conejita apenas hacia unos minutos que se les había unido, era ella a quien el gato y el panda estaban esperando, para ellos ya era costumbre, la conejita solía decir, que un conejo jamás llega temprano o tarde, si no justo a la hora en la que un conejo sabe y debe llegar.

Era una visión un tanto curiosa, panda, gato y conejo, en una misma banca, todos vestidos de manera impecable, pues la conejita llevaba un sombrero con un tocado muy discreto pero elegante que remataba en un adorno de red que cubría parte de sus ojos, el panda levantó la pata un par de veces pensando en decir algo, pero ella, que miraba hacia el puerto parecía no prestarle atención, y los intentos de conversar del oso terminaban en su garganta, vaya suerte, casi siempre era así y él terminaba inundándola de preguntas cotidianas y sin mucho sentido, a las cuales la conejita respondía con desgano y muchas veces sin voltear a verlo.

Así se fue una parte de esa noche, hasta que la conejita desvío por fin su mirada al panda y con tiernos ojos y leve sonrisa le dijo.

- Panda, cuéntame algo.

Vaya situación, puesto que el panda jamás sabía que contar, y su mente que nunca se estaba quieta y siempre estaba en desorden, no podía darle palabras adecuadas para responderle al peludo y orejón serecillo que le acompañaba, y cuando mas se esforzaba en decir algo que captara su atención y agradara a sus oídos, terminaba con tan largos discursos de filosofías raras, que solo él entendía; así pues comenzó a hablar del arte, de la belleza efímera de las cosas, de un pequeño y escondido lugar que solo él conocía, que lo había visto en sueños pero sabía que era real, que algún día la llevaría ahí, que los dioses son tan erráticos como el pensamiento, que los sentimientos son traicioneros, pero no tanto como la razón, que vale mas la pena creerse enamorado, a saber que uno nunca se podrá enamorar, que había pintado un cuadro de un paisaje urbano, en donde entre cientos de personas, en grises y opacos uniformes, ella irradiaba con luz y color, que lo mandaría a enmarcar para poder guardarlo en el sótano junto con todo lo demás, y no verlo si no hasta siete años después, que la naturaleza creativa del hombre le es patente en todo lo que hace, desde las cosas mas sencillas, hasta las construcciones mas bellas que se podrían imaginar, que estas estaban en una ciudad en medio del mar, que el mundo es hueco en su interior, y que pocas cosas saben mejor los pandas que de que esta hecho el corazón, que es lo que provoca los sueños y su preciada sin razón.

Le habló de un mundo a su alrededor, visto desde los ojos de un loco ser bicolor y cuando mas apasionado era su discurso el panda la miró, estaba acurrucada ya en la banca, abrazándose a si misma con sus patitas, su estomago se inflaba lenta y acompasadamente a su respirar, y entre respiro y respiro, un par de palabras sueltas y sin sentido se le escapaban, parte de algún extraño sueño que seguramente al día siguiente no podría recordar.

- ¿Conejita, conejita? - dijo el panda moviéndola un poco, pero sin saber si de verdad la quería despertar.

El panda suspiró hondamente, no tenia idea hasta donde lo habría escuchado, y aunque se sentía ignorado también se culpaba por su mala costumbre de no parar de hablar, o de no hablar nada en absoluto.

- Conejita, despierta, ya es hora de irnos – repitieron panda y gato al unisono.

El peludito ser abrió los ojos entre respingos y malestar, y solo se dio la vuelta en la banca antes de seguir durmiendo.

- No puede ser posible – dijo el gato mientras miraba al panda que no podía evitar sonreír ante la típica respuesta de la conejita.

- Vamos, se que me puedes escuchar, anda arriba floja, es hora de partir ya – dijo el panda moviéndola de manera mas enérgica, y provocando al fin que el orejón ser se levantara, con gesto de mal humor y tomándose el tiempo para recomponerse, alisando su pelaje con las patitas, miró al gato y panda que estaban de pie a un lado de ella.

- Lo siento panda, me quede dormida – dijo ella, a lo que el panda solo sonrío.

- No importa conejita, no importa.

Mas adelante su camino se separaba pues cada quien tenia que partir a su respectivo hogar, el panda se retiró el sombrero e hizo una floritura con el en el aire junto con una reverencia a manera de despedida.

- Hasta pronto conejita, hasta pronto y ten lindos sueños.

A la distancia, entre las luces de las lamparas, se perdieron las sombras de panda y gato, que marchaban juntos, pausadamente hacia su hogar.

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